Una pila de entre 30 y 40 cuadernos o, quizá, la multiplicación de cuatro o cinco hojas por los 35 alumnos de un curso, o por varios. Ésa es la cifra de hojas que los docentes leen diariamente para corregir ¿Qué corrige el docente? Profundidad y precisión en las respuestas, nivel de éxito en la resolución de actividades, creatividad, ortografía, presentación, puntuación, prolijidad, caligrafía, etc. ¿Para qué le sirve al docente corregir a diario? Para evaluar, de modo individual, la evolución de cada alumno ¿Qué hace el chico con lo que su docente corrige? Sobrevuela las correcciones con su mirada, buscando la calificación –si la hay-, la felicitación, el excelente o la carita aprobatoria y, si la encuentra, seguramente le sirva para levantar una penitencia o lograr una recompensa familiar ¿Y si la nota, la indicación o la carita no demuestran aprobación? Entonces, mejor no mirar en detalle y, quizá, perder la hoja no es mala idea.
La corrección diaria es un signo de la dedicación minuciosa a nuestra tarea, que los docentes ofrecemos a la comunidad educativa, fundamentalmente a los papás y al equipo directivo que observan los cuadernos de los alumnos. Si se trata de evaluaciones escritas, la corrección de la mano de la calificación, mide el nivel de apropiación de los contenidos enseñados; aquí, pequeñas narraciones suelen indicar qué falta lograr y/o las causas de aquello que no fue resuelto con el éxito deseable.
En cada nueva producción escrita de nuestros alumnos, los docentes solemos realizar una y otra vez las mismas correcciones, las que nos generan sensación de frustración, pues pareciera que hallamos a un alumno empantanado en su propia mochila de errores. Mochila que no puede desprenderse porque ni siquiera reconoce qué lleva adentro. El error no es reconocido como propio por el alumno, y muchas veces no tiene una actitud superadora que muestre intención de saber las causas de cada error y su posterior reparación. Frases del estilo: “seño, vos entendés lo que quise escribir” o “bueno, profe, es lo mismo, usted me entiende…” nos enfrentan a una cotidianeidad desalentadora.
El problema de los errores suele ser del docente ¿Cuándo y cómo hacer para que el problema se transforme en un desafío para el alumno?
En principio, es fundamental promover la duda. Un aprendiz que escucha, habla, lee y escribe, y no manifiesta dudas, muestra que no posee en su andamiaje cognitivo, la actitud de examinar y autoevaluar si es correcto el uso del lenguaje que está llevando a cabo él mismo o alguien de su entorno. Esta afirmación me trae un recuerdo de la infancia: “No le da vergüenza, llegó a séptimo y todavía no sabe cómo se escribe iba…”
Toda una tradición escolar marcó que el alumno ya debía saberlo. La pregunta entonces, sí molestaba. Hoy damos la bienvenida al “su pregunta no molesta”, al aula como un lugar donde la duda se transforma en búsqueda, en reflexión, en tolerancia por la infinita repetición de la misma respuesta, en una enseñanza y un aprendizaje permanentes.
¿Y si la duda no aparece? ¿Y si mis alumnos nunca preguntan nada y luego cuando corrijo no sé por dónde empezar por la cantidad y variedad de errores? Entonces ése es el momento de:
Ø seleccionar con criterio qué marcar, qué destacar. De esa cantidad y variedad de errores encontrados, seleccionar según un criterio prederminado: dominio de una determinada regla ortográfica, errores de aparición frecuente, usos incorrectos vinculados al vocabulario específico, manejo de conceptos claves para alcanzar con éxito el resultado buscado, problemas de estructura sintáctica, semántica, dificultades gramaticales, etc. Vale decir, el docente debe focalizar sobre qué usos, conceptos, estrategias y/o dominios quiere que el alumno se detenga. Esto permitirá encontrar errores más frecuentes, es decir una constante dentro de la gama hallada.
Ø no reponer el error. La tarea de reparar el error debe estar a cargo del alumno. El docente señala, sugiere, indica, y propone una tarea cooperativa de búsqueda de soluciones, que, por supuesto, debe estar guiada; nunca es espontánea.
Ø proponer actividades que le permitan al alumno volver sobre sus errores o sobre los errores de la mayoría. Debe dedicarse una clase (o una parte de ella) quizá varias, a la reflexión conjunta. Aislados los errores constantes, es posible copiar en pizarrón fragmentos textuales sacados de las producciones de los alumnos (tanto escritas como orales), y darles el espacio para hipotetizar dónde creen ellos que está el error. Reflexión con intervención adecuada del docente: alienta las hipótesis correctas, recurre a bibliografía que explique esos usos, da espacio para que el alumno investigue de una clase para otra y busque respuestas, etc. Plantea el desafío.
Ø leer, analizar y discutir textos bien escritos. Poner a los alumnos en situación de leer como escritores, es decir ponerlos en el lugar del autor del texto para observar qué decisiones tomó al momento de textualizar sus ideas.
Ø enseñar el contenido específico que explique esos usos correctos. Aquí el docente sistematiza de manera detallada, explica, se hace registro en carpeta, se realizan ejercicios de fijación, se estudia y se evalúa (tal como se hace habitualmente). De este modo el error deja de ser un problema para el docente y pasa a ser un desafío para el alumno, se le permite pensarse a sí mismo como sujeto de aprendizaje que permanentemente duda, reflexiona, pregunta, investiga, estudia, se detiene a pensar y se corrige.
¿Quién corrige desde esta perspectiva? El alumno ¿Qué rol cumple el docente? Marca, focaliza, destaca, señala que aquí hay algo que no está funcionando bien, que es factible de pulir, mejorar, ajustar, enriquecer ¿Cómo? La respuesta deben buscarla entre todos: alumnos de esa clase y docente ¿Por qué? Porque seguramente hay varias formas correctas de decir o escribir la misma idea, y muchas más, de enriquecerla con matices de significado.
La convocatoria es a los docentes de todas las materias porque la ortografía, la caligrafía (el trazo de cada letra), el vocabulario apropiado, la organización adecuada de cada fragmento de discurso, las respuestas completas y profundas, son un objetivo común. A escuchar, a hablar, a leer y a escribir se enseña y se aprende permanentemente en todas las áreas y disciplinas; no es una meta que persigue el docente de Lengua en soledad.
A modo de síntesis
Corregir significa instalar el error constructivo, es decir:
- Antes de señalizar sobre la hoja del alumno, establecer un criterio de marcación de errores (qué voy a priorizar esta vez).
- Marcar errores, no reponer la forma correcta.
- Socializar los errores. Utilizar el pizarrón para transcribir pequeños fragmentos, reunidos por dificultades comunes.
- Someter a la discusión del alumnado esos usos incorrectos.
- Permitir a los alumnos barajar diversas soluciones a esos problemas aislados.
- Poner a la clase a investigar las causas de los errores (en el aula, en la biblioteca, en casa).
- Analizar juntos qué encontraron en su investigación, para tomar lo valioso y desechar lo que resulta inútil en este momento.
- Enseñar los fundamentos teóricos que explican las formas correctas.
- Hacer ejercicios variados para fijar esas formas correctas.
- Evaluar el nivel de apropiación de los contenidos trabajados.
- Luego de un lapso prudencial, proponer situaciones nuevas que requieran la aplicación de esos conceptos ya estudiados.
1 comentario:
Te felicito, Marcela. Las sugerencias que propoponés para trabajar con el error como instancia de aprendizaje son excelentes. Ojalá muchos docentes hicieran lo mismo. Saludos
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